www.adeguello.net / revista bimensual de crítica de crímenes / número 1- enero 2004

Por qué salió mal


El crimen del taxista filólogo

Esther. Matar a tu pareja es uno de los crímenes más fáciles de cometer, pero más difíciles de disimular. Como Fernando Adalid, el novio de la doctora Gloria Sanz, siempre serás el principal sospechoso. La suya es la historia de una mentira que crece y acaba en tragedia
.
Al conocerla, Adalid le contó que era profesor de inglés, en vez de taxista. Pero cuando estaban a punto de casarse, la doctora se entera, se enfada y aplaza la boda. ¿Cómo pensaba seguir ocultándoselo una vez casados?
Ya enfadados, según su confesión, la mató y enterró el cadáver, dejando rastros de sangre en la habitación de la doctora y en su taxi. Además, apareció un matrimonio que dijo haberle visto dos semanas antes de que muriera la doctora, en el lugar donde estaba la fosa que, posteriormente, le sirvió de sepultura. Y, aún encima, la pareja afirmó que Adalid llevaba una pala nueva y que se paró a hablar con ellos antes de montarse en su taxi. ¿Quería asegurarse de que le reconocieran y dejar claro que había habido premeditación?
Por si fuera poco, cuando desapareció su novia, en enero de 2003, no colaboró con los familiares y amigos en la búsqueda. Entonces, la policía de Tarragona le dijo que debía estar localizable, y él se fue al extranjero. Cuando nadie sabía dónde estaba, se le ocurrió escribir una carta a un periódico diciendo que se había ido a Amsterdam a buscar pistas sobre la desaparición. En ese momento, la policía española mandó una orden de busca y captura a la holandesa y, por fin, confesó en el avión de regreso a España. ¿No habría sido más fácil contarlo desde el principio y decir que fue en un arrebato de cólera de una discusión? Lo mejor es siempre buscarse otra novia.




¿No decían que el dinero no huele?

Juanma. "Pecunia non olet", le dijo el césar al senador (¿o fue al revés?) que le recriminaba el turbio origen de algunos ingresos del Estado. Y como lo dijo un romano, todos nos lo hemos creído hasta ahora, incluyendo dos parejas de traficantes de Marihuana, una de Massachusetts y otra de Washington, que han caído en el saco por no darse cuenta de que su dinero apestaba a maría.
En Washington, las previsoras Kathleen J. y Virginia E. ingresaban escrupulosamente en el banco los ingresos de su trabajo. Hasta que toparon con un cajero de olfato sensible, que dio el soplo sobre la más que probable naturaleza del trabajo que producía dichos ingresos.
Peor aún, por lo que tiene de emotivo, es el caso del matrimonio de Massachusetts formado por Arlene y Martin S., que acudieron presurosos a pagar la fianza de su amada hija, detenida por tráfico de drogas. Llevando 50.000 fragantes dólares en billetes de 20, producto del próspero negocio familiar, los diligentes padres no llegaron a salir de la comisaría de la que pretendían sacar a su hija del alma, por culpa del aroma delator.
Y todavía habrá quien siga haciendo caso de los aforismos
romanos.