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/ revista trimestral de crítica de crímenes / número 17- octubre 2006
Por qué
salió mal
Preso
extorsiona al FBI y al Servicio Secreto
Juanma.
Voluntad no le falta, pero estamos razonablemente seguros de que Donald
Ray Bilby, de 30 años, nunca ganará nuestro Premio Moriarty.
Veamos por qué.
Hace un año, Donald estaba preso en una cárcel de Nueva
Jersey (EE.UU.) por robar un automóvil. Podía salir pagando
una fianza, pero no tenía dinero. Y entonces, elaboró y
puso en marcha su gran plan criminal. Envió cinco cartas amenazadoras
exigiendo dinero a los destinatarios si no querían sufrir las consecuencias.
Puestos a hacer chantaje, debió de decirse Donald, hagámoslo
a lo grande. Las cartas las envió a las oficinas del FBI y del
Servicio Secreto, a una oficina de Correos y a dos bancos. En cada una
exigía que le ingresaran en su cuenta de la cárcel 20.000
dólares. De lo contrario, pondría bombas en sus edificios
y enviaría cartas con ántrax. Se iban a enterar.
Desde luego, Donald no
se anda con chiquitas. Tampoco le asustan los enemigos poderosos. Pero falla
un poco en los procedimientos. Con el fin de asegurarse de que no habría
errores en el ingreso del dinero, firmó las cartas con su propio
nombre y añadió su número de preso para que todo quedara
bien claro.
En efecto, las autoridades no tuvieron dificultades para localizarlo. Pero,
incomprensiblemente, se negaron a pagar la extorsión. En julio, Donald
ha sido juzgado por un delito federal de falsa información, por el
que pueden caerle hasta cinco años, aunque lo más probable
es que se queden en dos, porque no se aprecia una peligrosidad especial
en sus amenazas. El fiscal del caso lo expone así: "Creo que
podemos decir que no estamos tratando con una gran mente criminal".
Coincidimos con él, pero alabamos la ambición de Donald. Si
sigue por ese camino, puede labrarse una brillante carrera penitenciaria.
Atasca
las cañerías con restos humanos
Esther.
Un fontanero se encontró con que eran trozos de un ser humano lo
que atascaba las cañerías de un edificio de apartamentos de
Moscú. Había ido a solucionar el problema en julio, a petición
de los vecinos. No fue difícil identificar al muerto porque, poco
después del hallazgo, la policía detuvo a un hombre de 29
años, que deambulaba por la calle con una bolsa de plástico,
en la que llevaba la cabeza de Yevgeny Zorin, un director de cine de 69
años que vivía en el edificio. El detenido dijo que lo mató
porque se le había insinuado sexualmente, según la policía.
Confesó que descuartizó el cadáver y tiró los
trozos por el váter para intentar ocultar el crimen.
Dennis Nilsen
No es la primera
vez que unas cañerías atascadas delatan a un asesino. En febrero
de 1983 los vecinos de un edificio del norte de Londres avisaron también
a un fontanero porque no les iban bien los desagües del inodoro. Un
operario levantó la tapa de la alcantarilla más cercana a
la casa y se encontró con trozos de carne podridos. Los había
tirado por el váter de un apartamento de la última planta
Dennis Andrew Nilsen, de 37 años, un homosexual que se convirtió
en uno de los asesinos en serie más famoso de Gran Bretaña
y uno de los más prolíficos. Confesó haber matado a
quince o dieciséis personas desde 1978. Finalmente, le condenaron
a cadena perpetua por seis asesinatos y dos intentos. Dos años después
de su detención, se publicó "Killing for Company",
un libro sobre su historia en el que colaboró el asesino. Eso era
lo que realmente buscaba Nilsen: compañía.
El asesino en serie llegó a Londres en 1972. Aunque no era muy sociable,
consiguió un novio con el que vivió durante un año
y medio, pero que al final se marchó. Pasó otro año
y medio en el que de vez en cuando tenía relaciones de una noche
con otros hombres, pero la mayor parte del tiempo estaba solo.
Entonces, llegó la navidad de 1978 y, harto de su soledad, decidió
que esa noche iba a encontrar a un hombre que se quedaría para siempre.
Conoció a un chico, se lo llevó a dormir a su casa y, a la
mañana siguiente, lo estranguló mientras aún dormía.
Le dio un baño al cadáver, lo secó, lo colocó
en la cama, como si siguiera durmiendo, y se fue a trabajar. Durante unos
días el fiambre hizo el papel de compañero sentimental. Nilsen
lo bañaba, lo cambiaba de ropa, de postura, tenían relaciones
sexuales,
hasta que debía estar demasiado podrido y lo escondió
debajo de las tablas del suelo de su dormitorio. Siete meses después,
recogió los restos y les prendió fuego en el jardín.
No mataba a todos los hombres con los que mantenía relaciones sexuales,
sólo a los que quería que se quedaran para siempre. Con los
siguientes repetía el ritual del primero y, además, mantenía
conversaciones con ellos como si estuvieran vivos.
Lavado
de dinero estilo Brooklyn
Juanma.
En julio, dos atracadores, Anthony y Paul, de 51 y 37 años, asaltan
un banco en Queens (Nueva York) y se llevan 65.000 dólares en billetes.
Pero el astuto cajero desliza entre los billetes varios paquetes de tinte,
que los bancos usan para inutilizar el dinero robado. Los paquetes explotan
y tiñen de rojo indeleble los billetes. A 60 metros del banco explota
el primer paquete. Los ladrones abandonan allí mismo unos 30.000
dólares. Escapan en un coche, que poco después cambian por
otro. En el cambio de vehículos dejan más dinero abandonado.
Les quedan sólo unos 20.000 dólares.
Ya había perdido demasiado dinero. El que quedaba había que
salvarlo como fuera. De modo que los angustiados ladrones alquilaron una
habitación en un motel y se dispusieron a lavar el dinero sucio.
Literalmente. Metieron los billetes en bolsas de malla de las que se usan
para lavar prendas delicadas y utilizaron la lavadora del motel para lavarlos
una y otra vez. Según la policía, que los detuvo dos días
después, basándose en descripciones de testigos, "debieron
de lavar los billetes muchas veces, porque estaban gastados y descoloridos".
Pero las diabólicas manchas permanecían.
Y eso que Anthony se olió la jugada y le advirtió al cajero
del banco "Nada de paquetes de tinte". Debió haber comprobado
que le hacían caso. Uno no se puede fiar de los bancos. Quien sí
merece confianza es la empresa fabricante del tinte indeleble.
Gasta
el dinero en un puticlub y se inventa un secuestro
Esther. Lo
de inventarse un secuestro para justificar una estancia y un dinero gastado
en un puticlub ha dejado de ser tendencia para convertirse en una plaga
en España. La familia no se lo cree del todo si no denuncia y si
denuncia, la policía suele acabar descubriéndolo. Así
que, se acaba enterando todo el mundo de lo que se gastó en el puticlub
y, aun encima, es delito denunciar una mentira.
El último de la temporada fue un vecino de 30 años de Moncada
i Reixac (Barcelona), que, según la policía, se había
gastado 300 euros en un prostíbulo. Al parecer, denunció en
julio que circulaba con su coche por una autopista, cuando desde otro vehículo
le hicieron señas para que se parara, y se paró (en una autopista).
Bajó de su coche y los tres ocupantes del otro vehículo, tres
extranjeros, le amenazaron con navajas y una pistola, y se metieron con
él en su coche (dejando los secuestradores su vehículo en
la autopista). Le pusieron una bolsa en la cabeza y se lo llevaron a un
cajero automático, donde le obligaron a sacar los 300 euros. Después,
dijo que le dieron un puñetazo y que huyeron andando, dejándole
a él en su coche. Y, parece ser, que el denunciante llegó
a golpearse para dar más credibilidad a la historia, pero de poco
le ha valido. La policía dice que no hubo ningún coche abandonado
ese día en la autopista, que el cajero automático está
curiosamente al lado de la casa del denunciante y que es muy raro que los
secuestradores huyan a pie y dejen al secuestrado en su coche.
En fin, un desastre.
En Argentina, por el contrario, no debe haber tanta afición al puticlub
y los secuestros se inventan más por cuestiones monetarias. En agosto,
por ejemplo, descubrieron a un pizzero ludópata por simular ser víctima
de un secuestro por cuarta vez y a una joven que explicó a su familia
que estaba secuestrada en Buenos Aires y que, al final, estaba en Córdoba
"viviendo un apasionado romance", según el diario La Capital.
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