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bimensual de crítica de crímenes / número 16- julio 2006
Candidato
al premio Moriarty
Ancianas
se forran con la muerte de indigentes
Esther.
Las detuvieron el 18 de mayo en California por fraude a aseguradoras y,
de momento, siguen investigando si fueron ellas las que mataron a los
hombres por los que cobraron los seguros, y las han mandado a la cárcel
sin fianza. Son Olga Rutterschmidt y Helen Golay, dos encantadoras ancianitas,
de 73 y 75 años, respectivamente, que asistían a reuniones
parroquiales para dar de comer a los desfavorecidos. La verdad es que
no parecen tan encantadoras como Dorothea
Puente, la viuda que se cargó a siete desvalidos, a los que
había acogido en su casa, para quedarse con sus pensiones. Golay
parece más bien un personaje de la serie Dallas o de un vídeo
de aeróbic.
Las mujeres cobraron 2,3 millones de dólares USA por 19 pólizas
suscritas a nombre de dos varones que fallecieron en sendos accidentes
de tráfico. Los dos fueron atropellados por desconocidos que se
dieron a la fuga. Eran dos indigentes, el húngaro Paul Vados, fallecido
en 1999, y Kenneth E. McDavid, atropellado en junio de 2005. La policía
empezó a sospechar con la primera muerte porque las ancianas afirmaron
ser sus únicos parientes en Estados Unidos y los investigadores
descubrieron que el hombre tenía dos hijos viviendo en el país.
Las detenidas se hicieron amigas de los fallecidos y se ofrecieron a ayudarles.
Fallecieron justo dos años después de que suscribieran las
pólizas, el tiempo mínimo establecido para que se pudieran
cobrar los seguros.
Uno de los agentes encargados de investigar la muerte de McDavid oyó
por casualidad el caso de Vados y saltaron todas las alarmas. Algunas
compañías se negaron a pagar los seguros, alertadas por
las sospechas policiales, y las mujeres las llevaron a los tribunales
a principios de año. Las chicas eran muy aficionadas a los tribunales
y entre las dos habían puesto unas cuarenta demandas en los últimos
20 años: por caerse unas cajas en un supermercado, por hacerse
daño con una máquina en un gimnasio... Helen Golay es la
que aparentemente tiene más afición, es una propietaria
de pisos arrendados en Santa Monica que demanda a sus inquilinos, a las
inmobiliarias, a los vecinos, los bancos, los restaurantes en los que
come y hasta a su hija y al novio de ésta por entrar en su casa.
Rutterschmidt es una húngara que emigró a Estados Unidos
en los años setenta y que tuvo una licencia para hacer electrólisis
hasta 1997. Las dos llevaban un elevado tren de vida.
Los investigadores creen su próxima víctima podía
ser Josif Gabor, un húngaro ciego de 74 años, que fue visto
por la secreta firmándole unos documentos a Rutterschmidt, dicen
que, tal vez, eran su sentencia de muerte. Gabor la había conocido
a través de unos amigos y Rutterschmidt se lo encontró por
la calle y se ofreció a ayudarle con sus papeles bancarios.
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