Ancianas se forran con la muerte de indigentes

Helen Golay, de 75 años
Olga Rutterschmidt, de 73 años
Esther. Las detuvieron el 18 de mayo en California por fraude a aseguradoras y, de momento, siguen investigando si fueron ellas las que mataron a los hombres por los que cobraron los seguros, y las han mandado a la cárcel sin fianza. Son Olga Rutterschmidt y Helen Golay, dos encantadoras ancianitas, de 73 y 75 años, respectivamente, que asistían a reuniones parroquiales para dar de comer a los desfavorecidos. La verdad es que no parecen tan encantadoras como Dorothea Puente, la viuda que se cargó a siete desvalidos, a los que había acogido en su casa, para quedarse con sus pensiones. Golay parece más bien un personaje de la serie Dallas o de un vídeo de aeróbic.
Las mujeres cobraron 2,3 millones de dólares USA por 19 pólizas suscritas a nombre de dos varones que fallecieron en sendos accidentes de tráfico. Los dos fueron atropellados por desconocidos que se dieron a la fuga. Eran dos indigentes, el húngaro Paul Vados, fallecido en 1999, y Kenneth E. McDavid, atropellado en junio de 2005. La policía empezó a sospechar con la primera muerte porque las ancianas afirmaron ser sus únicos parientes en Estados Unidos y los investigadores descubrieron que el hombre tenía dos hijos viviendo en el país. Las detenidas se hicieron amigas de los fallecidos y se ofrecieron a ayudarles. Fallecieron justo dos años después de que suscribieran las pólizas, el tiempo mínimo establecido para que se pudieran cobrar los seguros.
Uno de los agentes encargados de investigar la muerte de McDavid oyó por casualidad el caso de Vados y saltaron todas las alarmas. Algunas compañías se negaron a pagar los seguros, alertadas por las sospechas policiales, y las mujeres las llevaron a los tribunales a principios de año. Las chicas eran muy aficionadas a los tribunales y entre las dos habían puesto unas cuarenta demandas en los últimos 20 años: por caerse unas cajas en un supermercado, por hacerse daño con una máquina en un gimnasio... Helen Golay es la que aparentemente tiene más afición,
Kenneth E. McDavid
Paul Vados
es una propietaria de pisos arrendados en Santa Monica que demanda a sus inquilinos, a las inmobiliarias, a los vecinos, los bancos, los restaurantes en los que come y hasta a su hija y al novio de ésta por entrar en su casa. Rutterschmidt es una húngara que emigró a Estados Unidos en los años setenta y que tuvo una licencia para hacer electrólisis hasta 1997. Las dos llevaban un elevado tren de vida.
Los investigadores creen su próxima víctima podía ser Josif Gabor, un húngaro ciego de 74 años, que fue visto por la secreta firmándole unos documentos a Rutterschmidt, dicen que, tal vez, eran su sentencia de muerte. Gabor la había conocido a través de unos amigos y Rutterschmidt se lo encontró por la calle y se ofreció a ayudarle con sus papeles bancarios.


 

 


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