El atracador del vestido de flores
Agente, nos han robado la cocaína
Las nuevas tecnologías fueron su perdición
Albañiles excesivamente rumbosos
Traficantes pillados de marrón por gamberros
Demasiado visto
Condénenme a perpetua, por favor




El atracador del vestido de flores


Juanma. A Booker Boyd, de 49 años, atracador de bancos, le gusta disfrazarse para trabajar. Pero a veces se deja llevar por la fantasía, con resultados nefastos para él.
Seguramente, no habría sido tan fácil localizarlo después de su último asalto en julio si no hubiera ido ataviado con un llamativo vestido negro con enormes flores rojas, sombrero de paja rojo sobre un pelucón cobrizo y sensuales sandalias de tacón, todo lo cual contrastaba con su bigote negro.
Cuando Boyd abandonó el banco atracado en Carolina del Sur (EE.UU.) y llegó la policía, los empleados pudieron dar una descripción perfectamente reconocible del asaltante, que aún no estaba muy lejos. Se le veía en la distancia. Tras una persecución en coche (también robado), Boyd se metió en un callejón sin salida y fue detenido. En la carrera había perdido el pelucón. Tampoco llevaba armas. Por lo visto, había confiado en que su mero aspecto impresionaría a los cajeros lo suficiente para que le dieran su dinero. Y así fue. Pero su exuberante atuendo resultó ser un arma de dos filos.




Agente, nos han robado la cocaína

Juanma
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En Adegüello de enero de 2005 informábamos sobre una pareja de jovenzuelos de Florida que denunciaron a la policía el robo de la Marihuana que pensaban vender, y se sorprendieron al ver que la policía no les ayudaba a encontrar al ladrón y en cambio la tomaba con ellos. ¿Parece increíble? Pues ha vuelto a suceder en julio, esta vez en Barcelona.
Denunciaron el robo de la droga
El domingo 3 de julio, una patrulla de los Mossos d'Esquadra, la policía autonómica catalana, que realizaba funciones de vigilancia en un barrio de Barcelona, oyó gritos y vio que tres personas se peleaban violentamente. Cuando los agentes se acercaron, una de las tres personas echó a correr. Iba sangrando abundantemente por la cabeza y llevaba en la mano una bolsa de plástico.
Los policías lo alcanzaron, y lo detuvieron al ver que la bolsa contenía un paquete con un kilo de cocaína y que además llevaba 28.000 euros en billetes de 50 y 100. Se trataba de un albanés de 30 años.
Otros dos agentes atendían mientras tanto a los otros dos participantes en la pelea, una pareja de colombianos. También ellos presentaban numerosas lesiones y cortes. Al hombre hubo que llevarlo a un hospital, y la mujer fue conducida a la comisaría para que presentara la denuncia. Ahí vino la sorpresa. En la comisaría, la colombiana se cruzó con el albanés detenido, y no dudó ni un segundo en acusarlo. "Ése es el hombre que nos ha robado la cocaína. Esa cocaína es nuestra. Nosotros nos dedicamos a vender cocaína".
El hombre hospitalizado reconoció la propiedad de la cocaína, pero dijo no saber nada del dinero. Tampoco sabía de dónde habían salido 640 euros en billetes ensangrentados que él mismo llevaba en un bolsillo del pantalón.




Las nuevas tecnologías fueron su perdición

Esther.
Unos ladrones argentinos redujeron a los vigilantes de un almacén y se llevaron 37 toneladas de fertilizante y el móvil de uno de los guardas. Después se hicieron una foto con el teléfono, que se transmitía instantáneamente a una Web establecida por el propietario. El guarda revisó la página, reconoció a uno de los ladrones y le pasó la foto a la policía que detuvo al presunto ladrón, tras identificarlo en los ficheros policiales.




Albañiles excesivamente rumbosos


Juanma. Habían robado casi cinco millones de dólares en un asalto a un banco de Chile, habían escapado del país y se habían establecido en San Luis (Argentina), donde nadie los conocía, haciéndose pasar por albañiles. Pero sus gastos compulsivos los delataron.
Se disfrazaron de albañiles millonarios
Pincheiras y Contreras, chilenos los dos, estaban prófugos desde julio de 2004, con una orden de captura internacional, ya que la policía chilena los había identificado como autores de un audaz y productivo asalto a un banco de Santiago de Chile. Pero en la pequeña ciudad argentina de San Luis nadie sospechaba de ellos. Allí compraron una casa en las afueras y adoptaron la personalidad de albañiles. Iban siempre vestidos como los del oficio y llevaban herramientas de trabajo. Nadie desconfiaba de ellos, decimos, excepto los empleados de algunos comercios, que veían cómo dos humildes obreros de la construcción entraban en sus establecimientos y se llevaban media tienda, pagando a tocateja en dólares.
Por fin, una dependienta de una tienda de electrodomésticos comunicó sus sospechas a la policía y ésta identificó a los ladrones reclamados, que han sido detenidos en julio. Nos abstenemos de hacer comentarios. Más valdría que se hubieran disfrazado de empresarios de la construcción.




Traficantes pillados de marrón por gamberros

Juanma.
Roy Shivlall Mahilall, de 21 años, y la chica de 15 que le acompañaba tenían motivos para comportarse con discreción, pero su tendencia a la gamberrada los perdió.
En julio la policía encontró en su apartamento de Toronto (Canadá) armas, cocaína y dinero que no pudieron justificar, y todo por su afición a la bronca. Primero se pusieron a disparar contra las persianas del apartamento, situado en un piso 21, y cuando la policía acudió a la calle a investigar los disparos, no se les ocurrió nada mejor que tirar botellas de cerveza a los agentes, probablemente convencidos de que, dada la altura, jamás se sabría de dónde venían los proyectiles.
Una de las botellas de cerveza impactó contra la cabeza de una agente novata que caminaba por la acera. Afortunadamente, aunque sufrió una conmoción, llevaba el pelo recogido en un moño que la libró de lesiones más graves.
Pero los hábiles compañeros de la agredida lograron determinar, no se sabe cómo, que la botella había sido lanzada desde un balcón del piso 21, y allí se dirigieron a investigar. Cuando los inquilinos abrieron la puerta, los agentes vieron una escopeta y municiones en el suelo, de modo que pidieron una orden de registro.
Al penetrar en el apartamento, encontraron una colección de unas 30 armas que incluía, además de la escopeta de dos cañones, un fusil ametrallador, un chaleco antibalas y abundantes municiones. Además, hallaron más de 100 gramos de cocaína, 6.000 dólares estadounidenses y canadienses, e instrumental del "oficio": balanzas digitales, pipas de agua, teléfonos celulares… y lo peor de todo: un libro sacado de una biblioteca pública y no devuelto: Se titulaba "Cocaína y crack". La policía prometió devolverlo a la biblioteca después de la investigación.
Las persianas de las ventanas presentaban agujeros de bala. Aquellos habían sido los disparos que atrajeron a la policía al lugar. No se sabe qué les impulsó a llamar la atención de tal manera y, peor aún, a tirar botellas de cerveza a los policías que había en la calle, cuando tenían tanto que ocultar en su piso. Alguien debe de estar bastante cabreado por el comportamiento de la pareja.
Por cierto, la policía de Toronto ha declarado que es bastante corriente que se tiren objetos desde los balcones a los policías que patrullan las calles. Seguramente, por eso son tan hábiles para localizar el origen de los proyectiles.




Demasiado visto

Andrea.
Hay personas de costumbres fijas. Esto en sí no es nada malo, excepto que te dediques a asaltar bancos. Stephen Holloday tenía especial predilección por una sucursal bancaria del centro de Oakland (California, EE.UU.) a la que asaltó nada menos que cuatro veces entre marzo y mayo de este año. Pero en julio, al quinto intento, todo salió mal porque nada más entrar en la sucursal un cajero lo reconoció y pudo alertar a otro colega. Entre los dos enfrentaron a Holloday quien huyó del lugar y fue arrestado poco después en las cercanías de la sucursal con la nota de robo todavía en su poder. Está claro que el hombre era una persona de hábitos pues la policía sospecha que pueda ser la misma persona que había robado cinco veces un mismo banco en la ciudad de San Francisco.




Condénenme a perpetua, por favor

Casi un siglo de cárcel por un móvil
Esther. Para robar un móvil, que te cojan y que te condenen a 99 años de cárcel hay que poner mucho empeño. Glenn Alvin Redd, de 31 años, lo consiguió. Para empezar, le robó el teléfono móvil a un señor en Waco (Texas, EEUU). La víctima tenía otro móvil en su poder y telefoneó al número del aparato extraviado que empezó a sonar en el bolsillo de Redd. Le pidió que le devolviera el teléfono y el condenado accedió, pero agredió a la víctima. Ya en el juicio, Redd se dedicó a blasfemar y gritarle al tribunal que no le importaba que le condenaran a cadena perpetua, también le hizo gestos obscenos a un policía que testificó contra él. La condena estaba servida.



 

 


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